domingo, 3 de abril de 2011

Podredumbre


Cerró los ojos  y dejó ir  la cabeza contra  la almohada…le dolía el cuello. Su respiración resultaba cada vez más trabajosa. Requería toda su atención algo que toda su vida había realizado sin esfuerzo. Tenía que empujar sus costillas para que esa pequeña veta de oxígeno que le llegaba a través de la mascarilla entrara por su nariz y por su boca y fuera absorbida por sus pulmones.

Se tocó la cara. Suspiró a duras penas Ya no reconozco-pensó- a la de antes. Soy otra. Y me asqueo. Me he convertido en algo blando y vacuo. En un triste sin sentido de la existencia. Mis huesos ya no soportan mi peso, mis pulmones son incapaces de funcionar por sí solos y mi piel ya no ocupa el lugar que siempre le ha correspondido. Mi cara es como una cama mal hecha donde las arrugas siempre se encuentran en el lugar más inoportuno. Quiero volver a antes. En mi vida soporté el olor a podredumbre y ahora convivo con él a diario, y sin lo podrido no soy nada. Sólo esta podredumbre me mantiene unida a la vida. Sólo me mantendré viva mientras dure este largo periodo de descomposición. Jamás me había molestado tanto, hasta ahora me bastaba con no mirarme al espejo. Ahora mi propia putrefacción se hace presente cada vez que respiro, cada vez que me muevo, cada vez que mi mente huye de este olor y es incapaz de ver a un familiar cuando lo tiene enfrente.

Entraron a peinarla. Las enfermeras estaban empeñadas en que así ellas se sentían mejor. Mientras trabajaban el poco pelo que había resistido a los embistes del tiempo y los tintes habían dejado con vida le contaban cosas de sus vidas. Las odiaba. Se quejaban por todo y eran incapaces de valorar el tiempo que todavía les estaba siendo concedido, no se daban cuenta que ya estaban empezando a descomponerse y seguían empeñadas en  absurdos y en enfados inútiles. Eran incapaces de disfrutarse. Acabaron de peinarla y les pidió colonia, para olvidar el olor que desprendo. Le acercaron el espejo y se vio: recogida, concentrada toda su cara alrededor de su nariz en miles de arrugas; instintivamente, como quien estira un mantel, se sujetó la piel de sus mejillas y estiró hacia sus orejas. Otra vez su piel lisa, y el recuerdo de lo que era. Sonrió y dejó de respirar. Demasiado esfuerzo devolver su piel a su sitio, y respirar a la vez. Decidió suspender lo segundo: le impedía oler.

1 comentario:

Hacksel dijo...

toda una genialidad comparar el envejecimiento con la podredumbre de un cuerpo, lo he flipado XDDDDD en serio jamás lo habria visto así, y la desesperación y el esfuerzo q le crea el echo de verse y saber q se pudre a cada momento...joder magistral *____*