martes, 5 de abril de 2011

La pérdida


Cuándo se levantó aquella mañana apenas notó algo más que una cierta ligereza que creía no haber sentido la noche antes. Todo transcurrió al mismo ritmo de siempre. Se levantó y casi sonámbulo y rascándose un huevo con la mano derecha, que le picaba como cada mañana, se metió en la ducha y dejo caer el agua caliente. Aunque era todavía finales de agosto le encantaba sentir el agua bien caliente sobre su piel. Salió de la ducha y después de afeitarse y vestirse se preparó un buen desayuno. Un bocadillo de sobrasada, un zumo y un buen café con leche para empezar el día. Mientras recogía las migas de encima de la cocina miró de reojo el reloj y se dio cuenta de que si no corría iba a perder el autobús, y el siguiente siempre iba demasiado lleno. Salió con prisas de casa, corriendo, y al llegar al ascensor tuvo esa sensación tan indescriptible de haberse dejado algo. La sensación le hormigueó en el estómago y le hizo sentir una náusea de mal presentimiento.
Ahora, mientras busca en los cajones de su apartamento, no entiende como puede haber perdido algo así. Mira por todas partes, pero tampoco sabe muy bien que aspecto tiene, recuerda que la noche anterior le dolía un poco, ligeramente, que le pesaba al intentar dormir. Pero no sabe que ha hecho con él. Probablemente, en sueños, me lo habré arrancado y tirado bajo la cama pero no, ahí no está, tal vez, sin darme cuenta lo haya puesto a lavar junto con el pijama…esperemos que no destiña demasiado,… Pero no, tampoco. No sabe dónde mirar, ni tan siquiera está seguro de cuándo fue la última vez que lo utilizó. Intenta recordar pero no está seguro. Tal vez sencillamente se haya secado, y ya ni lo note. Tal vez esté ahí consumiéndose a sí mismo. Todavía no había sido capaz de mirarse, de ver qué hueco, qué vacio había dejado en él. Se acerca al espejo de la habitación, y con mirada  inquieta y asustada, observa su reflejo mientras lentamente se quita la camiseta. Un agujero, eso era todo lo que tenía. Un hoyo, del tamaño de un puño casi en el centro del pecho, a la altura del pezón. En su lado izquierdo. De repente le recuerda al agujero de un donut, pero no es capaz de sonreír. Ha perdido el corazón y no sabe si va ser capaz de recuperarlo.



Los primeros días se los ha pasado buscándolo, intranquilo y nervioso, Ahora, ha empezado a asumir la realidad: es muy probable que no lo recupere nunca. Se ha apoderado de él una cierta desidia que le empuja a no hacer nada, a no moverse, a no experimentar. Jamás ha sido muy racional, más bien era de los que se movía por corazonadas, por impulsos. Y como no las pongan a la venta en la farmacia a él ya no le queda ninguno. Así que su vida es mucho más sistemática que antes, rutinaria, y probablemente más aséptica que nunca. Todo lo que hace responde a una razón lógica, plausible y cómoda que le permite subsistir un minuto más, una hora más. La única sensación que le agobia alguna vez es la ansiedad o la angustia, que alojada en su estómago, le provoca algun que otro malestar.


Hace ya un par de días que su estómago se le queja. Le gruñe por las mañanas al levantarse. Cuando come, no para de moverse agitadamente y le obliga a regurgitar bilis y jugos gástricos. Parece que esté enfadado. Él, por las noches, le da un protector gástrico, y espera que se calme. Pero ya se ha dado cuenta que la ansiedad lo corroe. Y tiene miedo, tiene miedo de que su estómago también lo abandone como lo hizo su corazón. De ir a comer mañana y darse cuenta que ya no puede digerir nada. Que se haya cansado de ser el único que siente ansiedades y ha elegido la huida, el camino más fácil.
Se acuerda de su corazón. No lo añora. No puede. El último recuerdo que tiene de él sería doloroso si todavía ocupara su lugar, pero como ya no está, solamente puede recordar los hechos. Estaba triste, muy triste y se quejó. Le chilló, le dijo que no quería estar más tiempo así. No sabe más. Cree, elucubra - siempre desde el raciocinio- que probablemente se fuera enfadado; y teme que su estómago va a hacer lo mismo. La incerteza se apodera de su cerebro, la duda le corroe y empieza a notar su sabor metálico en la boca.  Su cabeza se ve inmersa en la duda y sacudida por la inseguridad. Para cuando quiere darse cuenta, la impotencia lo ha inundado de tal modo que ya no es capaz de mantenerse firme:  todo le da vueltas. No sabe lo que quiere, si su corazón volverá o,  si su estómago huirá, entre pequeñas convulsiones,  mientras  su cerebro se apagará en un mar de dudas. Y eso, eso supondría la muerte
.
En un pequeño atisbo de supervivencia instintiva su cuerpo se contrae y con un dolor infinito y agudo se despierta entre sollozos. Su cama está empapada en sudor, su almohada llena de sus lágrimas y un dolor terrible se apodera de su pecho, mientras, su estómago se encoge por la ansiedad y su mente piensa acelerada. Ha sido un sueño, se tranquiliza. Se siente sólo y todo su cuerpo lo sufre. Está sólo, y duele. La soledad es la más dura de las sensaciones. Pero ahí están: sus sentimientos. Corazón, estómago y mente siguen con él. Y hay en ese dolor un cierto alivio, jodido, pero sigue vivo.

1 comentario:

Julio dijo...

UFFF... MUY BUENO, EMPATÍA TOTAL CON EL PERSONAJE... BUENO, POR COSAS DEL PASADO.