lunes, 13 de junio de 2011

En blanco

Desde el rincón donde estaba sentada sólo podía ver las paredes blancas. Llevaba rato mirándolas, ausente, perdida en el vacio blanco. Algo le llamó la atención al otro lado de la sala: había una puerta. También era blanca, apenas podía distinguirse de la pared si uno no se fijaba en el pomo, que distaba ligeramente de tonalidad. Abrió la puerta y miró en su interior. 

Ahí estaba él, sentado con ella. Años atrás, en un café, esperando que el tiempo que quedara para irse a trabajar se hiciera eterno, que no pasaran los minutos. Sobre la mesa una taza de café con leche, una cámara de fotos y una lata de un refresco light. Una de sus piernas estaba sobre una de las de él. Le acariciaba la nuca con una mano mientras la otra se entrelazaba con la suya. Hablaban de cosas importantes: de los sueños, del futuro, de todo aquello que pensaban que les llegaría de forma natural. Le invadió una profunda nostalgia y la “saudade”  inundó por completo su corazón. 

Decidió cerrar la puerta. Agachó la cabeza y apoyó la frente en la pared. Al ladearla se dio cuenta de una rendija por la que entraba oscuridad en la blanca habitación. Instintivamente, sus ojos buscaron el pomo de la segunda puerta y sus manos corrieron a abrirla.

Reinaba la oscuridad, pese a las luces de colores que lo inundaban todo. La música sonaba fuerte, le entraron ganas de bailar.  Se dejó arrastrar, invadida por la pulsión rítmica, y empezó a andar entre la gente. Allí estaban los dos, al fondo, bailando pegados al ritmo de la música, borrachos, desconectados de todo lo que había a su alrededor, sudando, besándose, rozándose con una casualidad buscada, excitándose. Él se acercó a decirle algo al oído, ella sonreía entrecerrando los ojos y dejando caer la cabeza ligeramente hacia atrás.
La puerta se cerró. El dolor le invadía el pecho y buscó insegura donde apoyarse. La puerta en la que había dejado reposar su cuerpo cedió bajo su peso y se abrió. Perdiendo el equilibrio fue dando pasos descontrolados hasta que cayó de rodillas. Se quedó encogida, encorvada, meciéndose ligeramente hasta que poco a poco fue recobrando el control de su respiración, y un poco más tarde el de su cuerpo. Levantó la cabeza.

Los dos estaban tumbados en la cama, mirando al techo. Ella recostaba su cabeza sobre la de él y hablaban.

-          ¡Qué ganas tengo de tocarte la tripa y notar como da pataditas. Estarás preciosa.
-          Preciosa…¡estaré enorme! Y fea. Me tendrás que decir cosas bonitas, - decía poniendo la voz dulce y suplicante-  y estaré insoportable.
-          Te las diré.-contestaba con voz firme y tranquila-
-          ¡Y si no te gusto? ¿Y si después ya no te gusto?
-          Me gustarás. Te quiero. Y quiero estar contigo para siempre.
Ella suspiró a la vez que apoyaba su mano sobre su vientre, y lo acariciaba ligeramente.
-          ¿Cómo lo llamaremos? Porque será un niño, ¿verdad?
-          No sé, no lo había pensado.
-          A mí me gustan los nombres cortos, y fuertes.
-          Sí, que no se puedan abreviar…
-          Ivo, ¿te gusta Ivo?
-          ¿Ivo?, No, no. Y Iker?
-          ¿Iker? Iker me encanta.
-          Pues así se llamará. Iker.

La habitación del hotel a las afueras de Gerona empezó a empequeñecerse, ya no cabía en ella ahí, las paredes empezaron a desmoronarse y la cama se llenó de polvo blanco y sucio. Empezó a sentir un dolor profundo en el bajo vientre, en sus ovarios, los sentía secarse y podrirse en su interior. 

Cayó al suelo de la habitación blanca. 

Cuando por fin pudo abrir los ojos no había habitación blanca. A su alrededor habían muebles, cojines, cortinas, incluso un sofá blanco. Y allí estaba él. Cogiéndola de la mano en el sofá, con la niña en brazos, durmiendo apoyada en su pecho. Sus padres, y hermanos estaban a su lado, en el sofá de al lado, charlando y riéndose. No recordaba esa escena, no la conocía. Buscó su cara intentando saber cómo se sentía, comprobando que realmente era uno de sus recuerdos, una de sus escenas cotidianas. Al intentar reconocerse en ella, sorprendida, descubrió que no lo era. No era ella, era otra. Era otra a la que daba la mano. Era otra con la que compartía su sofá. Era otra la que ahora formaba parte de la familia. Llevó su puño a su boca, mordiéndose los nudillos, intentando que el dolor en su mano fuera más fuerte que la sacudida terrible que le recorría todo el cuerpo. Apretaba con más y más fuerza, la piel empezó a romperse y la boca se le llenó del sabroso gusto de su propia sangre. Pero no había forma de mitigar el dolor. Aflojó la mandíbula y soltó la mano, y utilizó su antebrazo para limpiarse la sangre que le caía por la barbilla. Al llegar a la muñeca, mordió con rabia, descargando toda la ira que contenía en su interior, desgarrando ligamentos, tendones y seccionando venas. La sangre le brotaba de la boca y le caía por el pecho. Un ligero sopor le iba inundando el cuerpo a la vez que sentía que sus piernas ya no la sostenían. Cayó al suelo de rodillas y un ligero mareo la obligó a tumbarse boca arriba. Con la cabeza ladea, mirando a la única puerta que todavía no había visto.  Estaba abierta y en su interior sólo había oscuridad y vacío. Por momentos, la veía cambiar de tamaño, crecer, parecía la boca de un lobo que fuera a tragársela por completo. Cuando pudo darse cuenta, se encontraba entre sus marcos, difuminándose en su oscuridad hasta desaparecer por completo.

Quedó tendida en mitad de la habitación blanca. Hasta que la casualidad quiso que la encontraran.