domingo, 3 de abril de 2011

Desde arriba



Se lo miraba todo desde las alturas. Como hacía desde meses atrás. Primero asomando la cabeza desde la retaguardia, camuflado entre los que eran más antiguos y que en consecuencia ahora estaban al frente. Pero todos habían ido cayendo, presas de las mismas manos.  Y, de repente, un día le tocó a él, pasó al frente. Se acercó, o lo acercaron, a la barandilla que lo distanciaba del vacío, de romperse en mil pedazos. Quedó esperando su turno.
Miraba atentamente viendo siempre lo mismo: los mismos rostros, la misma gente entrando y saliendo del bar. Ese bar taciturno y nublado. Deambulaba por allí todo tipo de personajes que, sabiendo él que podían elegir, no ejercían su derecho de otra manera que ir al bar, a ese bar, a diario. No lo entendía. La mamá que cada día llevaba a los niños, con cara de exhausta, al liberador colegio y que a la ida ni tan siquiera levantaba la cabeza cuando pasaba por delante; pero que a la vuelta entraba y, junto a un cortado “manchadito” de anís, iba introduciendo lentamente las frutas, la verdura, el pescado en la ranurita de aquella máquina de feria cuyas luces engañaban su bolsillo con la música. ¡Dios! ¡Si yo hubiera podido tener un hijo! ¿Cómo se puede ser tan seco teniendo tanta sangre? Y aquel hombre, el recogido y ceniciento, que llevaba toda su vida perdiéndose los amaneceres entregándolos al trabajoso arte de cargar cajas y elegir pescados, dejando a su mujer en casa con los niños, la comida y…y aquel vecino en paro que había descubierto que la vida no era aburrida sólo para él. Había que ver como lo contaba el pobre la otra tarde. Ha de ser terrible llegar a casa y encontrártela con otro. Contaba, entre soles y sombras, que cuando la vio montada en él la quería matar, pero que, al final, de lo único que fue capaz fue de romper a llorar como un niño ¿Y las abuelas? Y las abuelas que gastaban su pensión en el lujo de desayunar todas juntas para más tarde malcenar solas, que ¡…cocinarse para una!  ¡Ya se sabe! ¡Mejor esclava de muchos que cocinera de una misma!
¿Por qué vuelven? La felicidad se queda fuera. Este no es buen sitio para germinar nada… ¿Por qué no se marchan? ¿Cuándo se ha visto que un animal libre entre decidido en una jaula? Sus hombros ya empezaban a acumular polvo, y su cabeza acorchada se resquebrajaba y pudría sin descanso. Se los miraba y no lo entendía. A mí, a mi, mi destino me ha traído aquí. ¡Yo no he tenido más salida que aceptar mi historia con resignación! Desde que nací, desde que fui creado, mi destino era éste…era llegar a ocupar las alturas de este bar.
¡Si hubiera pertenecido a una familia! ¡Si hubiera podido ver como me integraban en sus soledades, sus celebraciones, sus alegrías,…si hubiera podido estar junto a ellos en sus cenas de navidad! Me hubiera vertido en ellos, por ellos, me hubiera vaciado por completo para darles consuelo o alegría, lo que hubieran querido.
Pero la suerte había querido que él no tuviese otra opción: lo etiquetaron, lo encerraron en la más completa oscuridad, vio como moría uno de sus compañeros durante un viaje…para luego sacarlo a la luz y exponerlo, etiqueta al frente, al fondo de la estantería, esperando ansioso su último día, en que una vez decapitado, pudiera verter su rojo fluido en la copa de alguno de esos humanos, que él no entendía el porqué, pudiendo elegir, no lo hacían.

Tiembla la estantería y una mano con prisas lo busca, aparta a su compañero que lo empuja, lo agarra. La ansiedad lo desborda, toda una vida esperando para eso, la mano húmeda deja de sostenerlo y, resignado, se desprende, se precipita. Toda una vida para un triste réquiem: tan sólo un golpe en un azulejo sucio y desgastado. Ahora, manchado de vino...

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bienvenida al mundo bloguero, porque leer cosas así siempre da un gustazo casi orgásmico.

:**

Hacksel dijo...

Impresionante!! realmente te mete en la mente del personaje, me ha gustado