El aire es espeso pese al aire acondicionado. Su cuerpo oscila llevado por el vibrante motor y los lánguidos frenazos habituales. Fantástica sensación intrauterina, piensa mientras el sopor delicioso la atraviesa del culo hasta la nuca.
Un tacto húmedo y frío rompe su éxtasis dejándola bruscamente perdida y enfrentada al mundo. Busca explicación y se da cuenta de que aquella humedad proviene de una ingente masa grasienta que ha decidido aposentarse a su lado y compartir su jugo con ella. El asco la invade hasta rebosar por su boca; mira al exterior huyendo de ese brazo que quiere arrancarse. Controla su primer instinto pensando en la inmensa pérdida de sangre que eso conlleva y en que no cree en generosidades como la de su vecina de asiento, que la ha hecho partícipe de sus humores destilados.
A medio camino de su punto de fuga se lo encuentra: la está mirando. Intuye que él hace rato que la observa. Hace mucho: antes del asco, antes de la humedad, antes de todo. Cuando soñaba estar lejos de aquí metida en mi fictioútero. Descubre en él un observador impune que ha seguido su deambular interno, desde el autismo fetal hasta el instintivo y terrible asco. Levanta su mirada, pero ahí siguen sus ojos. Ahí sigue él, mirándome. ¡Qué cerdo! ¿Qué coño mira ese puto búho? ¿Quién se ha creído que es? Se siente íntimamente violada, expuesta, culpable. Él sabe de su mezquindad, de su egoísmo. Él ha visto sus náuseas. La vergüenza le baja la mirada. Se revuelve en la silla abandonando la postura que le había propiciado el vaivén del autobús. Le molesta la ropa, sus pantalones se le han quedado pequeños, la ciñen. Su cuerpo se ha hinchado imprebisiblemente y sin razón. Se mueve inquieta a la caza del confort, pero la comodidad la ha abandonado…Decide desafiarlo, mirarlo a los ojos. Cabrón, aparta la mirada, ¿qué crees?, ¿Qué esta vez también apartaré la mirada? Ni lo sueñes. Y la rabia asciende, se condensa en su nuca. Su lengua ya no cabe en su boca, su pecho no puede contener el aire, ¡Va! ¡Dime algo! ¿No te has dado cuenta de quién soy? Dime lo que piensas si tienes cojones…Sé tú el que pone ahora cara asco. Quiere su vergüenza y arrepentimiento, que también él se sienta observado, pillado. Pero él la sigue mirando sin inmutarse, inflexivo, y con la mirada vacía.
Llegan a plaza España y un terrible gentío entra en el autobús. Ahora se producirá la cacería diaria en que los arrugados carroñeros pelearán por un asiento. La acuna la mezquindad de los otros y se siente mejor. El autobús se vuelve a poner en marcha. Viendo a la manada se le ha olvidado el juez. Gira la cabeza y no lo ve. Una ancianita, que a ella se le antoja dulce, se interpone entre los dos. Se conmueve de la viejecita y decide cederle su sitio. ¿Ves? Tú ni te has movido, en cambio yo... así te darás cuenta de que no hay que juzgar apresuradamente a los demás. Se levanta y le indica con un gesto a la abuelita que le cede el sitio, - no hace falta -, pero ella no lo ve: está de pie, intentando esquivar las piernas de su acompañante de asiento, a la que no quiere volver a rozar. Por fin, escapa del asiento y busca a la abuelita a la que no encuentra donde ella esperaba. El autobús frena, se abren las puertas y la abuelita reacciona ante su rabia -es que ya era mi parada… -Se siente en evidencia, la está mirando, quiere volver a su sitio; una larga y flaca cacatúa ha sido más veloz y ya se ha aposentado mirando por la ventana para evitar enfrentamientos. Tiene que quedarse de pie, en medio del gentío.
¡De pie me ve toda! Ahora, no sólo juzga su reacción, también su cuerpo, su ropa. Inclina la cabeza y se repasa: los zapatos deformados y algo sucios de polvo, la camisa abriéndosele, tensa, a la altura del pecho y la chaqueta mal puesta y deformada por culpa de un bolso demasiado lleno. Instintivamente sacude la camisa ¿de qué? Y pone su atención en la siempre presente tripita que le marca ese pantalón. Tiene que sujetarse a la barandilla superior, y entonces cae en la cuenta y encima, esta mañana voy y no me ducho, ¿y si huelo?, ¿y si alguien se acerca, le huelo mal y hace algún gesto?, ¿y si él lo ve? Se siente sucia, asquerosa. Se avergüenza de ella misma. Se repliega hacia su ombligo. Ahora no es capaz de desafiar a nadie. Por fin se va vaciando el autobús y consigue sentarse lejos de él, encogiéndose en su asiento y deseando que él baje ya, su parada es la última.
Se suceden las paradas y él ni se mueve. Impasible la mira constantemente y se deja mecer por la oscilación del autobús. Ansiosa se dirige hacia la puerta, recién arranca el autobús de la penúltima parada. Mueve inquieta la pierna, tanto que cualquiera que la viese pensaría que se orina. Frena el autobús y no entiende cómo, a juzgar por lo lentas que luego se mueven, se le adelantan dos caracoles arrugados retrasando todavía más su escapada. Baja. Siente el aire sobre su piel, y la sensación es tan intensa que debe respirar lentamente para recuperarse. Empieza a andar en dirección al trabajo pero no consigue deshacerse de esa sensación de sucia y mezquina que se ha apoderado de ella. No puedo, no puedo, no puedo. Anda cada vez más despacio Hoy no puedo. Nada, ¡si nunca he faltado...! Voy a coger un taxi y me vuelvo para casa. Saca el móvil del bolso y empieza a llamar Les digo que no estoy bien, que no puedo ir... Necesito una ducha, jabón, un guante de crin y dormir, dormir mucho.
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Javier, como en cada final de línea, para el motor. Tiene diez minutos antes de empezar el recorrido de vuelta. Saca su bolsa y busca el bocadillo que ha traído para almorzar. Me lo como ya, ¡que hoy tengo un hambre! Pero primero la ronda, que así me lo como al final del bus…que si no me molestan preguntándome que cuándo salgo…Empieza a andar para el fondo de coche y entonces lo ve. Sentado al lado de la ventanilla – A ver, ¡venga!, ¡que ya hemos llegao!, vaaamos, levántese- otro borracho más, piensa -¡venga!, ¡no me dé la mañana! ¡Vaya a dormir a otra parte!- se acerca y le pone una mano en el hombro- ¡despierte!, ¡que es de día!-
Le dijeron que debía de haber muerto al poco de sentarse. Javier lo recordaba, cuando había subido casi al inicio de la línea, estaba acalorado y sudoroso pero siendo julio no le dio más importancia. Si era cierto lo que decía el forense…había muerto nada más sentarse. ¡Ahora si tengo historia que contarle a la morena!, y de paso le preguntaré qué le pasaba hoy, que hacía tan mala cara y ha bajado sin ni decirme adiós.
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