Ovillada sobre sí misma se lamía una de sus patas lentamente. Le dolía, pero sabía instintivamente que debía lamerla para que curase, para que cicatrizase, para que no le doliera tanto como las dos que llevaba en la espalda, y que habían curado mal y tarde. Su aspecto, despeinado y melenudo, con el lomo cruzado por dos largas cicatrices sin pelo, la identificaba como una autentica gata callejera. Pese a su pelo atigrado y suave, propio de una gata de angora, se adivinaba de lejos que había vivido más de una reyerta a muerte.
Adoraba estar tumbada bajo el sol…esperando a que cayera la tarde y pudiera salir a cazar pequeños ratones. O que viniera aquella viejecita al parque con su "tupper" repleto de comida para gatos y su tazón de leche. Siempre le dejaba ser la primera. Se ponía de pie en mitad de la plaza y los llamaba. Pero, hasta que no llegaba ella, no se agachaba. Entonces, manteniendo con esfuerzo el equilibrio, agarraba un poco de la comida y se la daba a ella, por más que los demás gatos maullaran cuanto quisieran. Sólo después dejaba el tuper viejo y desgastado en el suelo para que comieran los demás. Mientras Callejera comía le acariciaba el lomo y repetía en voz baja, casi para sus adentros: Tan bonita y tan marcada…casi tan marcada como yo. La gata, no entendía que significaban aquellas palabras pero adoraba aquellas manos que la recorrían desde la cabeza hasta la cola, y le hacían ronronear.
Llevaba horas tumbada al sol cuando por fin la vio aparecer, llegaba andando algo más despacio que habitualmente, y en esta ocasión sostenía entre sus manos algo negro, que desde lejos no podía llegar a identificar. Saltó lo más rápido que pudo del techado y se dirigió, cojeando levemente, hacia la anciana. Mira, volviendo a hablar en aquella voz débil y tranquila, aquí vas a estar perfectamente, no estarás sólo y seguro que no soy la única que les trae comida a diario. Callejera no entendía nada, ¿por qué no la miraba? ¡Cómo le gustaría poder entender lo que decían los humanos! Sabía que estaba triste, olía diferente, pero no comprendía por qué. Mientras se frotaba insistentemente contra las piernas de su benefactora pudo ver dos pequeños puntos de luz entre sus brazos. ¡Era uno de los suyos! La viejecita se inclinó hacia delante lentamente, y temblandole las piernas lo dejó en el suelo. Callejera se le acercó con curiosidad, y con algo de miedo, no sería el primer zarpazo que se llevara por ser más curiosa de la cuenta. Olía diferente a todos los demás. Olía como las manos de la anciana, no a cloaca, a rata vieja y a cubo de basura. Su pelaje estaba limpio y no tenía ninguna cicatriz, ni le faltaba ningún ojo como a la mayoría. Se acercó a olisquearlo. Negro, se quedó quieto. La dejó olisquear. Tranquilo, ella es mi preferida, es tranquila y buena… y ha sufrido tanto como yo murmuraba la anciana. Callejera daba vueltas alrededor de ella, era un macho, estaba segura, pero no actuaba como los demás. Estaba cansada de tener que salir huyendo de ellos, de que marcaran su terreno, de que se le comieran su comida. Siempre eran más grandes y fuertes que ella, y no sería la primera vez que le robaban alguna pieza de entre sus garras.
De repente, su benefactora se apartó de los dos y fue a sentar-se en un banco a la sombra. Callejera empezó a seguirla maullando cada vez más fuerte en busca de su ración de caricias y comida. Al llegar al banco, saltó al lado de la anciana y negro la siguió. Sabía que algo no iba bien. Se lo decían sus bigotes y su olfato, y la vibración extraña que notaban sus patitas al apoyarse en el pecho de la anciana mientras se frotaba contra ella. Abrió el "tupper" y Callejera se acercó a él. Lentamente, sin perder la atención de cualquier movimiento que pudiera hacer Negro, no fuera a darle un zarpazo o morderle el pescuezo. Pero Negro no se movía, permanecía pegado a la viejecita y esperó hasta que ella empezó a comer para aproximarse a ella y empezar a comer también. Callejera se tranquilizó. Vas a ser muy feliz aquí murmuraba la anciana, si ella ha sabido sobrevivir,…es mi preferida, tratamela bien…no seas malo,…y los acariciaba a ambos a la vez y sonreía.
Los dos gatos comían tranquilamente mientras el resto maullaba a los pies de la anciana. Algo cambió: los gatos empezaron a maullar más fuerte. La anciana dejó de acariciarlos y tres o cuatro gatos saltaron a por su ración. Callejera escapó como pudo de la marabunta de gatos hambrientos y corrió a su techado a guarecerse. Cuando ya se creía a salvo sintió su presencia a sus espaldas. Se le erizó el bello. Pero Negro seguía quieto, tranquilo, mirándola con curiosidad, como sorprendido. Callejera se sintió a salvo y decidió hacerse una bola en su rincón. Y él, segundos después, se acurrucó a su lado.
Un ruido de pequeñas pisadas la despertó. Una pequeña rata se movía nerviosamente entre los escombros, justo debajo de donde ella estaba. Se agazapó y se concentró. Sabía por experiencia que si quería cazarla debía adivinar hacía donde iba a dirigirse cuando la viera saltar sobre ella. Tenía hambre. La ratita se movía indefensa entre las basuras, y si avanzaba un poco más hacia la pared la podría arrinconar fácilmente. Tensó sus músculos preparándose para el salto, sintió el dolor en su pata herida, la excitación de la caza. De la nada, una mancha oscura le pasó por delante. Negro se abalanzó sobre la rata que de un solo golpe quedó inconsciente sobre el suelo de terrazo. Callejera, decepcionada, volvió a acurrucarse sobre su techado y entrecerró los ojos. Tendría que esperar a otra ocasión para poder cazar algo. Sabía que el sueño engañaba a su estómago y volvió a su rincón decidida a esperar la siguiente oportunidad. Otra vez el ruido de patitas golpeando en el suelo, abrió los ojos despacio, esperando encontrarse con otra presa, y se sorprendió al verlo. Eran Negro y, frente a su cara, la ratita que él empujaba, ofreciendosela.
Por la mañana se despertó bajo el calor del sol y en compañía de Negro. Como cada día se dirigió al parque, esperando oír acercarse a su benefactora con la sabrosa comida entre sus manos. Se sentía muy agradecida con ella, con todo lo que la había cuidado. Al llegar, la anciana ya estaba sentada en el banco, como siempre con el tupper de comida entre sus manos. Tranquila, como si los estuviera esperando. Se acercaron ansiosos por el manjar que les esperaba. Callejera saltó al banco y se acercó a ella. Despacio, ofreciéndole el lomo para que sus manos pequeñas y arrugadas, pero reconfortantes, le dieran sus caricias habituales. Pero la viejecita no se movió. Negro se acercó a ella y apretó su cuerpo contra su pecho el cuerpo se inclinó levemente de costado, en un extraño movimiento que los ahuyentó. Callejera Armándose de valor, que encendía el hambre, volvió a acercarse a ella. Una inmensa tristeza la invadió al darse cuenta que olía algo parecido a las ratas que, a veces, encontraba muertas. Se acurrucaron a su lado y allí estuvieron hasta que llegó la ambulancia. Esperaron sentados junto al banco hasta que la metieron dentro, y sólo entonces, ambos a la vez, reemprendieron el camino al que ahora era su techado. De mutuo acuerdo, sin saber decirse una palabra, pero sabiendo que podían confiar el uno en el otro.