Abrió la puerta del piso tímido, sonriendo. Estaba
convencido de que esta vez lo había acertado. Le había costado decidirse pero,
por fin, había encontrado el regalo perfecto.
Silbaba ligeramente una de sus canciones preferidas de uno de esos
grupos que le gustaban desde la adolescencia. Se sentía optimista.
De repente, en la más completa oscuridad, ella escuchó su
ligero silbido y todos sus sentidos se pusieron alerta. Por fin, por encima de
su cabeza se movió una de las tapas laterales,
se hizo la luz y pudo asomar sus grandes ojos fuera de la caja. Estaba
aterrorizada. Recordaba cada uno de los hechos que la habían hecho meterse voluntariamente
allí. Y no entendía por qué ahora él abría la caja. Sonriendo, él extendió la
mano y le puso delante un saco de tela, grande, enorme, del tamaño de un niño
de seis años. - Es para ti. Espero que
me perdones. - Sorprendida, sacó temblorosa una mano de la caja e hizo el
intento de cogerla. Paró justo antes de tomarla por un extremo. No puedo, pensó. En la caja estoy segura,
pero si salgo, o si lo dejo entrar, el dolor volverá. La caja es pequeña y
oscura, y aunque a veces me falte aire para respirar, se mantiene siempre
igual. Sin altibajos, ni dolor. Hizo retroceder su brazo lentamente al
interior. Él volvió a insistir: Tranquila, esta vez no voy a hacerte daño. Impulsada por no sabía que sentimiento sacó
la mano, y antes de que él pudiera darse cuenta de nada, ya tenía la bolsa
dentro de la caja, y había cerrado la caja.
Se quedó encogida largo tiempo con la bolsa a sus pies.
Intuía de alguna manera, con el mismo instinto que utilizan los animales
pequeños para huir de su calidad de presa, que si la abría no habría vuelta
atrás. Pero siempre había sido curiosa, y todavía recordaba que él estaba fuera
de la caja. Abrió la bolsa, y para su sorpresa, contenía palabras. Una retahíla
sin fin de palabras, en diferentes formatos y tamaños, todas desordenadas. Se quedó quieta, desesperada entre tanta
oscuridad, sin saber muy bien qué hacer con todo aquello. Pasaron horas y allí
seguía ella, inmóvil, sin un atisbo del significado de todo aquello. Pero, ahora, ¿Para qué me da esto? ¿Qué cree
que puedo hacer con ello en la oscuridad? Necesito luz, y él lo sabe. ¿Por qué
me da algo así, si sabe que no puedo entenderlo? Tal vez me haya dado una
linterna para que pueda ver algo…Buscó a tientas y no encontró nada. Carcomida
por la intriga y el deseo de entender, en un arrebato, golpeó con los nudillos en la caja y
pronunció: Linterna. Él, de inmediato, abrió la caja y ella pudo ver una
linterna cerniéndose sobre su cabeza. Sacó la mano para tomarla y cerró la caja
de nuevo.
Mientras sostenía la linterna con la boca, para poder ver
mejor, observaba las palabras desordenadas sobre el fondo de su caja: Amor,
error, te, traición, odio, es, miedo, yo,
carácter, perdón, verdad, tu,
orgullo, pareja, tú, daño, amo, pido,
disculpas, mentiras, familia, hijos, huida, soy, arrepentimiento, ira, ella,
mierda, mi, felicidad, ayuda…No sabía qué hacer con todo aquello. Probablemente
era un mensaje, pero ¿Cuál? Empezó a
intentar combinarlas, pero nunca conseguía un texto completo, siempre le
sobraba alguna, le faltaba algún verbo… Finalmente, le venció el sueño.
No era consciente de cuánto había dormido, pero al
despertarse lo primero que hizo fue extender
la mano ansiosa y buscar en la
oscuridad las palabras y la linterna. Asegurarse de que seguían ahí. Pensó que
probablemente sobraban palabras. Que era un juego, un mensaje cifrado, y que su
misión era encontrar el verdadero significado. Decidió que debía eliminar
algunas. Estaba claro que no podía eludir ninguno de los verbos y los
pronombres, había pocos y sabía que eran muy necesarios; en consecuencia, tenía
que elegir qué sustantivos no encajaban en aquel discurso. Así pues, de
entrada, decidió quedarse con: te,
ella, es, yo, tu, tú, amo, pido, odio, soy, ella, mi, ayuda. Ahora sólo tenía
que barajar las diferentes posibilidades. Yo soy odio, no,-pensó-él no es así…; yo te odio no, no puede ser que me haga un regalo y sea algo con lo que hacerme
daño, me ha dicho que esta vez no; yo soy tu odio él sabe que yo no soy así; yo odio ella me falta una preposición…y miró a la caja desesperadamente, en busca de
esa “a” divina que completaba la frase que más le gustaba. Yo amo ella, volvió a mirar las palabras,
esta vez desesperada, esperando que esa maldita preposición no estuviera.
Siguió jugando con las palabras, inquieta nerviosa, esperando encontrar en
ellas algún mensaje, algo. Mejor dicho, no esperaba algún mensaje, esperaba el
mensaje. Aquél que la haría salir de la caja. Y entre todas las posibilidades
posibles lo encontró. Descartó el resto
de palabras y se quedó con aquellas dos: te amo. Una extraña sensación la
inundó por completo. Sentía su corazón acelerado, esa extraña energía que fluía
por sus venas, que la empujaba a levantarse. Esa presión en su pecho. Se
asustó. Ahí estaba todo de vuelta, todo lo que había antes de la caja, todo lo
que la llevó a meterse en ella tras el desengaño. Decidió no salir de la caja y, hecha un
ovillo, intentó dormirse, que se durmiera su interior. Con los ojos cerrados,
sentía las palabras dar vueltas en su interior, las veía acercarse,
desordenarse, ponerse en fila, desparecer alejándose.
Horas después la inquietud la llevó a levantar uno de los
cartones que hacían de tapa y otear el exterior. Estaba todo oscuro, más que el
interior de su caja. Pero lo podía escuchar respirar fuera, de lejos. Le
sorprendió que él no estuviera envuelto en claridad. Tampoco se encontraba
cerca de la caja, no había estado esperando por ella, a que ella pudiera
describir aquél mensaje. Se sintió decepcionada. Tal vez se haya desesperado porque he tardado mucho. Tenía que haber
sido más rápida. O igual no esperaba que yo fuera a salir, igual no era ese el mensaje,
igual me ha engañado o me engaño yo…El
dolor volvió a su interior. Sentía como
tiraba de sus entrañas. Decidió cerrar la caja.
Le despertó un lloro infantil y una voz femenina. Oía a una
niña llorar y una voz femenina calmándola. Asomó la cabeza fuera de la caja.
Seguía todo oscuro nada claro. Lo oía a él respirar, más intensamente. Y por
fin sus palabras: Te amo.
En un ataque, a día de hoy todavía no sabe muy bien de qué,
salió de la caja, se acercó a la pared que conocía tan bien y le dio al
interruptor. Sus ojos, poco
acostumbrados ya a la luz, lo vieron a él. Sentado en un sofá, una mujer a su
lado con una niña en sus brazos. La
miraba desconcertado –yo, yo…yo…-incapaz de decir nada más. Quería acercarse y
destrozar todo lo que estaba contemplando, pero no podía moverse. Es mi culpa, es mi culpa, es mi culpa… ¿por
qué confiar después de tanto tiempo?, otra vez no, otra vez no…
Lloró, lloró como no había llorado hacía tanto tiempo,
dejando marchar aquello que ella creía haber amado. Él la miró, triste, desde el sofá. No se movió, pero ella pudo ver el terror en
sus ojos. Miró la habitación. Estaba
vacía, no había nada a su alrededor. Ni un cuadro ni una foto, ni objeto
personal, ni un teléfono, y entendió. Estaba sólo. Entendió su terror: la soledad. Perderlo
todo. Sintió lástima por él.
Mientras recogía su caja y la
doblaba se sentía más ligera. Sin que él
fuera capaz de moverse de donde estaba, y con ella vigilándola de lejos salió
por la puerta, en silencio. Al llegar a la calle percibió la luz del sol que
hacía tanto que no veía. Y decidió quedarse recostada ligeramente en la pared,
disfrutando la sensación en su piel. -Si te da un poco el sol serás todavía más
bonita- abrió los ojos -¡gracias! - y sonrió. El chico le devolvió la sonrisa.
– ¿Te apetece un café?- , -…pero que sea al aire libre- contestó ella.