Analisa miraba la partida sentada en el banco del parque. Observaba los movimientos de las piezas, y era capaz de prever sus próximos pasos, los intuía por el tiempo y la costumbre. La experiencia que ya tenía le permitía adivinar que jugadas estaban tramando los otros, que alianzas y que traiciones se sucederían. Incluso jugaba consigo misma a apostar cuando sucederían. Le gustaba sentarse y mirar, evaluar, calcular cuáles serían los próximos pasos. De repente, se dio cuenta de que venían a recogerla, que había llegado el momento de marcharse.
-¿Pero tan pronto?- preguntó Analisa- removiéndose sobre sus propios tobillos
-Sí- le contestó ella- ¿no te apetece descansar?
-No, creía que por fin estaba entendiendo el juego. Por fin creo que ya sé cómo organizar mi estrategia, y cómo mover mis fichas...- su cara se entristeció y el gris inundó su mirada.
-Pero sabes que nos debemos ir. Ya no podemos esperarnos más. El tiempo de jugar ha terminado. Vamos, dame la mano y marchémonos. Ella levantó el brazo despacio y a se apoyó en su mano ofrecida con ternura.
Se alejaron andando cogidas de la mano, despacio, como meditando cada uno de los pasos que daban, dando tiempo al tiempo. Analisa volvió su cabeza, arrastrada ya por una temprana nostalgia mientras preguntaba – ¿Podremos volver algún día? ¿Podré venir? - No, -contestó la Parca- la partida ha terminado.